Había un silencio desgarrador, ya que estaban a horas de irse de vacaciones, un momento especial y esperado durante los últimos cuatro años.
Luis Assardo
Guatemala (NBG).- José tiene 20 años de ser bombero asalariado. Es jefe de una estación de bomberos, por cierto, una de las más grandes. Lo lleva en la sangre.
Hace algún tiempo José, el bombero, despertó contento de saber que empezaban sus vacaciones, un día soleado por delante, un maravilloso clima, como si todo estuviera ya preparado para disfrutar de el primer día de descanso.
Tenía 4 años sin poder gozar de descanso continuo por tener diversas responsabilidades. En esta oportunidad su jefe, el comandante, decidió autorizarle el descanso tan esperado para tenerlo de regreso antes de las fiestas de fin de año que dan mucho trabajo.
Cuando supo que tendría vacaciones planificó junto a la familia un viaje al pueblo que lo vio nacer y poder visitar a parientes. Tendría mucho tiempo libre para compartir con sus dos hijos, Mario de 14 años y Jorge de 6.
Desde hace tiempo les prometió dedicarles un buen tiempo, de calidad, más que cantidad. Su esposa Rosa estaba feliz porque podría alejarse de ese trabajo que no la termina de convencer y que aún habiéndole conocido bombero no le gustaba.
José ama a su familia y también su profesión, muy satisfactoria, muy activa. De esa cuenta todos los que lo conocen saben que “el bombero” es servicial.
Doña Juana, una vecina, se enteró de lo del huracán y llegó corriendo a pedirle a José que le averiguara sobre un pariente en San Marcos. Rosa no dejó de preocuparse.
José encendió la televisión y llamó a la estación de bomberos para saber más de la emergencia.
Todos los bomberos lo hacen, curiosidad natural. Además los bomberos siempre tienen la espinita de ayudar en emergencias grandes. Para eso se preparan con tanto esmero durante mucho tiempo. Desde hace más de 6 años pertenece a la Patrulla Especial de Rescate. Recién lo nombraron jefe de uno de los grupos de rescate.
Siendo jefe de un grupo de rescate era lógico que ante una emergencia grande tuviera que irse a trabajar. Pero, ¿y las vacaciones?
¿Qué vale más? ¿Vacaciones planificadas y prometidas o ayudar al prójimo? En todos surge la disyuntiva.
José supo lo que iba a ocurrir, no tardaría en recibir un llamado, y se puso triste. Cuando se dio cuenta de la magnitud se preocupó más y Rosa se percató de su actitud. Mario, cual león enjaulado, pasaba frente a José para saber que haría y Jorge se sentó a su lado a contemplarlo.
La llamada al celular de José rompió el incómodo silencio y al escuchar por el auricular lo que le decían sólo podía mover la cabeza como queriendo decir que sí.
No hablaba, solo escuchaba. Al colgar solo dijo que devolvería la llamada. Rosa inmediatamente le dijo: “Mijo, andate, yo sé que estás triste por nosotros, pero nosotros tenemos la oportunidad de estar juntos, ¿Cuántas familias ahorita mismo estarán soterradas o separadas?
Andate, rápido antes de que me arrepienta de dejarte ir….” Solo pudo articular un “…no...” Y Rosa replicó “ venite al cuarto, ya mismo te preparo tu maleta… te pido que regreses antes de que acaben estos días”.
No quiso mencionar la palabra vacaciones, que en ese momento significaba tristeza y Jorge con los ojos llorosos se vino a abrazarme, Mario contemplaba la situación sin articular palabra, estaba enfadado.
José pudo haber escrito en un diario personal lo siguiente:
“Durante el trayecto hacia San Marcos miraba consternado todos los daños. Me hacia recordar experiencia anteriores, pero nada se comparaba con los daños y el dolor que esta tragedia causaba. Me sentía impotente al no poder ayudar a todos los damnificados. Quería, eso sí, pero imposible tenderle la mano a todos.
Me sentía con fuerzas para ayudar, pero conforme fue pasando el tiempo también yo me fui desgastando, como se gastaba el tiempo en medio de tanto dolor y sufrimiento.
Todo parecía como un campo de batalla, de donde nadie había salido librado.
Hubiera querido que todo fuera un sueño, pero no. No envidiaba los momentos de descanso que podía estar teniendo en ese momento, no podía ser tan egoísta de estar pensando en eso porque muchos de mis colegas seguramente también los deseaban, pero era mi trabajo, el amor a mi trabajo que me hacía estar y tenía la convicción de seguir estándolo.
Al llegar al final del camino ubicamos el vehículo de rescate. Hicimos un pequeño campamento que sin saberlo estaba por encima de lo que fue un pequeño caserío.
La gente que deambulaba por el campo llegó al ver las luces del vehículo. Pedían comida y cinco bomberos en total repartimos algo de víveres que traíamos, armamos la cocina y comimos junto a los pobladores.
El líder religioso de la población se haría cargo de cuidar el vehículo ya que íbamos a seguir por coordenadas hasta una población alejada que necesitaba medicamentos y sueros.
Cada bombero cargaba lo menos 80 libras de equipo y suplementos. Después de 10 horas estábamos exhaustos, sin ganas de hablar, pensando en nuestras familias, pero yo sabía que éste era el momento en que tenía que levantarles el ánimo a mis compañeros, así que seguí al frente haciéndoles porras a mis amigos.
Todos íbamos por nuestra cuenta, como colaboración, nadie fue obligado a participar y eso nos daba una ventaja psicológica.
Pasamos por un caserío donde la gente nos insultó y nos gritaba que todos estaban pidiendo auxilio desde hace más de cinco días.
Íbamos cabizbajos pensando en la desesperación de esta gente. De todos modos ya estábamos acostumbrados porque en la ciudad es común que la gente nos falte el respeto, muchos nos insultan y hasta se dan el lujo de exigirnos una pronta respuesta.
Al oscurecer el grupo llegamos al lugar a donde íbamos. Pasaron 16 horas en total desde que dejamos el vehículo de rescate. Inmediatamente encontramos a nuestro paso a varios niños, les pregunté por sus padres, a lo que no obtuve respuesta.
Posiblemente porque hablaban otra lengua o porque no había adultos sobrevivientes.
Resultó ser que los dos pensamientos eran correctos. Ellos nos guiaron hasta la iglesia para enseñarnos a los pocos jóvenes que estaban vivos.
Mis compañeros iniciaron el tratamiento de heridos mientras yo me trataba de comunicar por teléfono con el comandante.
La misión había sido exitosa y camino de regreso, todos seguíamos recibiendo solicitudes de auxilio.
Ya habían pasado cinco días y solo llevábamos comida para dos. Les pregunté a los demás y decidimos quedarnos dos días más. En el camino nos encontramos bomberos de otras instituciones y a civiles que llevaban ayuda. Sabía que más gente vendría detrás.
Al regresar a la estación central, luego de lavar todo, entregar contra inventario, reportar las herramientas perdidas y coordinar la reposición con dinero de nuestro bolsillo, después de hacer el informe correspondiente y llenar los libros de control, después de entrevistarme con el comandante para obtener las impresiones del lugar al que fuimos, y de compartir con compañeros el dolor ajeno, nos dimos cuenta de que eran más de las 11 de la noche y debíamos regresar a nuestras casas.
Algunos de ellos estaban de turno ese día, así que los enviaron a dejar a las estaciones donde estaban asignados y a los demás nos fueron a dejar a nuestras casas.”
Al llegar José a su casa, el primero que lo salió a recibir fue Mario, quien le abrazó fuerte y le pidió perdón por no haberse despedido. Rosa estaba junto a Jorge sentada en el cuarto esperando verme. José, el bombero, se sentía como un héroe entrando después de una batalla.
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