lunes, 2 de noviembre de 2009

Una emergencia y el valor de la vida (I)

 Luis Assardo



Guatemala 2 de noviembre (NBG).- Toma un sartén, enciende una hornilla y unta un poco de margarina. Bate vigorosamente un huevo y se prepara para cocinarlo.



Mientras tanto el microondas le indica con un sonido que el recipiente donde su esposa le envía los frijoles está caliente.



Un huevo, un poco de frijoles y dos tortillas, acompañadas de una taza de café. Un perfecto desayuno para una persona que trabaja 24 horas corridas.



Su salario no le permite comprar más comida, en su casa quedó un poco de arroz y tortillas para nutrir a sus hijos. No le importa, el está feliz con su trabajo. Está lleno de satisfacción, alegre de colaborar y deseoso de hacer cada día mejor su trabajo.



Luego de preparar sus alimentos, se sienta y dispone a dar el primer bocado, pero un sonido lo interrumpe. El sonido proviene de un timbre que hay en el comedor, justo a la par de tres focos de colores.



El timbre suena tres veces, el foco amarillo permanece encendido. Su cuerpo automáticamente brinca hacia la puerta, su cerebro se adelantó, él todavía está pensando en su comida, “mejor se la hubiera dejado a mi esposa” dice.



Corre hacia fuera como un caballo desbocado, varios pensamientos atraviesan su mente, mecánicamente identifica todo lo que necesita llevar: nervios de acero, paciencia de monje budista y agilidad de gacela. Su carrera concluye frente a una puerta que abre diligente y sube.



Su mayor preocupación es llegar a tiempo, pero con seguridad. Toma una llave que permanece prendida como si estuviera pegada y arranca el vehículo.



Otra persona se sube a su derecha y grita una dirección. Bastan fracciones de segundo para que trace una ruta mejor que cualquier programa informático, su experiencia relaciona hora, día, estado de las calles y problemas que podría encontrar en el camino.



Ahora inicia otra carrera contra el tiempo, en este caso es conduciendo. Apenas arranca todos en la cuadra voltean a ver, se escuchan las sirenas que acaba de accionar, las luces titilan lo suficiente como para que algún distraído se fije en este vehículo.



Ya en marcha, con sirenas y luces acelera e inicia su recorrido. Atrás quedo la familia, el desayuno, sus compañeros de trabajo, las instrucciones de su jefe y la seguridad que inspira la estación de bomberos. Él solo desea llegar. En este camino no importa a dónde va, siempre se percibe una eternidad.



Esquivar a una señora que intenta conducir mientras platica alegremente con su interlocutor sin escuchar lo que ocurre a su alrededor, un viejo que se nota cómo gruñe al manejar una camioneta último modelo que abarca dos carriles y no le importa a él ni a sus guardaespaldas, al joven recién graduado que cree que su carro puede hacerle la competencia a una ambulancia y que manejar de emergencia es igual a acelerar irresponsablemente, y al anciano que los 60 años de tener licencia le impiden ver y oír bien.



En su recorrido se encuentra con varios especímenes de la fauna del tránsito. Algunos le roban segundos valiosos, otros intentan aprovechar el espacio que otros ceden a la emergencia e intentan seguir la ambulancia. No hace falta quien se persigne al verlo pasar y algún otro que le haga señas que se apure. Cuando se dirige a una emergencia todos tienen que ver, los que ignoran, los curiosos y los que ayudan. Lo común es que todos quisieran pasar así de rápido.



Él tiene más de 15 años de manejar de emergencia, reconoce las situaciones de peligro, pero éste siempre lo acompaña.  Maniobrar, escuchar el radio de emergencia, atender las sugerencias de su copiloto, ver que sus compañeros de atrás no se lastimen y adivinar la mejor ruta hacia una emergencia es parte de su vida en esos segundos. Él desea llegar. Claro que su familia, el desayuno abandonado y sus demás obligaciones lo persiguen.



Una luz amarilla acompañada de tres timbrazos le significan mucho. Es una emergencia, un accidente le dijeron. Es en una carretera angosta, llega el momento en que ya no puede continuar, los demás se bajan de la ambulancia y corren.



Los curiosos corren hacia afuera, sus compañeros hacia adentro. Todos los conductores desean estar fuera de allí, él desea estar allí. Uno de sus compañeros regresa y le avisa que se trata de un accidente de un tráiler, hay un muerto y no se puede pasar.





Tendrán que esperar a las autoridades para que realicen algunos trámites. Eso significa que durante las próximas tres o cuatro horas estará en la ambulancia a la espera.



Sus deseos le permitieron llegar hasta ese lugar, hasta esta situación. No desayunó lo que le pudo dejar a alguno de sus hijos. Estará lejos de la estación y su trabajo se atrasará, hoy quería arreglar algunos equipos que llevan días fuera de servicio.



No podrá ver el partido de un futbol que tanto había esperado. Tampoco podrá recibir la visita de su hijo menor que quería conocer la estación donde trabaja.



Hoy perderá muchas cosas, quisiera que no fuera así, pero no cambia por nada el ayudar a otros. Sabe que nadie se lo agradecerá, pero no le importa, así les muestra a sus hijos el valor de la vida.

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